jueves, 22 de mayo de 2008

Recuerdos de infancia

Un cuento que escribí hace años (creo que en 1º de la ESO). No he cambiado nada, así que no os esperéis gran cosa.

Espero que os guste.

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HOLLÍN Y SEBASTIÁN

Sebastián era un viejo malcarado y gruñón. Sólo tenía una hija, Lucía, pero no la conocía. Cuando su esposa aun vivía Sebastián se sentía feliz, era alegre y simpático. No le gustaban ni los animales ni los niños, pero mientras Isabel estuviera junto a él, eso no le importaba.

Pero Isabel murió justo después de tener a Lucía. Antes de morir, quiso pronunciar el nombre que quería para su hija:

-Mi pequeña, mi niña. Lucía...

Pero Sebastián no quiso cuidar de Lucía. Él era muy tozudo y estaba seguro de que no sabría cuidar de la niña. Así que Dolores, hermana menor de Isabel, se encargó de cuidar de Lucía. Dolores odiaba a Sebastián; se las arregló para hacer que Sebastián no volviera a ver a su hija nunca más. Lucía iba creciendo, y Dolores le contaba muchas mentiras sobre su padre. Lucía llegó a odiar a su padre aun sin conocerlo.

Habían pasado los años. Sebastián vivía solo y aunque sabía cuidar de sí mismo y estaba en perfecta salud, se sentía muy mal. Al principio ni él no sabía por qué se sentía tan mal. El médico le había dicho que no estaba enfermo. Tantos años solo le habían dado tiempo de pensar. Descubrió que se sentía sólo. Desde que le habían quitado a su hija se había vuelto malcarado y gruñón. En el barrio todos lo llamaban "Don Gruñón". Así que Sebastián intentó rectificar su error. Empezó con pequeños gestos y actitudes. Por ejemplo, cuando iba los lunes por la mañana a buscar el pan, intentaba ponerse a charlar con los vecinos, pero éstos o le contestaban secamente, o se iban.

Iba muy pocas veces al parque. No le gustaba ir porque le traía demasiados recuerdos de su mujer. En el parque había mucha gente que no lo conocía, y quizás hubiera podido hacer amigos, pero nunca lo consiguió pues ya nadie de 70 y tantos años iba al parque solo.

Un buen día de primavera llamaron al timbre. Se pegó un buen susto, pues nunca llamaba nadie, excepto el butanero. Pensó que quizás fuera el cartero, pero inmediatamente expulsó esa idea de su cabeza: nunca recibía cartas. Así que entre asustado e intrigado, fue a abrir la puerta, por el megáfono:

- ¿Quién es?

- ¿Abuelo? ¿Eres tú abuelito Sebastián?

Era la voz de un niño de unos siete u ocho años. Lo extraño era que le había llamado abuelo. Sebastián estaba desconcertado. Como lo habían apartado de su hija no sabía nada de ella. Sabía que tenía 40 años, porque se acordaba de la fecha de su nacimiento, pero no sabía ni si se había casado, ni si había tenido hijos. "Quizás es una broma de algún chiquillo del barrio" pensó Sebastián. Así que preguntó:

-¿Quien eres, niño? ¿Qué quieres?

-¡Abuelito! ¡Soy tu nieto Pablo! Te he traído algo. ¡Ábreme, por favor!

"Vaya, vaya. Así que tengo un nieto llamado Pablo" pensó Sebastián. No terminaba de creérselo. Abrió la puerta y se sentó en su sillón del salón, a esperar que aquel chiquillo subiera las escaleras. No tardó mucho. Cuando llegó se quedó mirando a Sebastián, como si intentara recordar que era su abuelo. Sebastián, al ver que el chiquillo no se movía, dijo:

-Vamos, pequeño, cierra la puerta y ven a sentarte.

-Me llamo Pablo, abuelo. ¡Y no soy pequeño!

Sebastián se rió un poco. Se sorprendió de oír su propia risa. ¡Hacía tanto que no la oía!

-Bueno, Pablo, venga ven.

Pablo cerró la puerta y lentamente, como si tuviera miedo, se dirigió hacia el salón, cogió una silla y se sentó. Sebastián vio que Pablo escondía algo en la chaqueta. Como permanecía callado, Pablo -que parecía como si escogiera detenidamente las preguntas- dijo, frunciendo el ceño:

-Abuelo, ¿es verdad lo que dice la abuelita de ti?

-¿A qué abuelita te refieres, pequeño? -y al ver su error, rectificó:- ¡Pablo, Pablo!

- A la tía de mamá. -Otra vez parecía que escogía detenidamente las palabras.

Sebastián suspiró y observó a Pablo. ¿Le había parecido ver algo de sí mismo en el niño?

-Tu abuela era Isabel. No ésa mujer.

-Entonces, lo que dice la abuela Dolores, ¿es mentira?

-Eso supongo, chiquillo.

-¡Pablo, abuelo! ¡Me llamo Pa-blo!

-Claro, claro. Pablo, Pablo...

Entonces lo que Pablo llevaba en la chaqueta se movió y Sebastián aprovechó para preguntar:

-¿Que es lo que escondes ahí?

Pablo, que parecía que esperaba esa pregunta, fue sacando el pequeño bulto de la chaqueta al tiempo que decía:

-Es tu regalo de cumpleaños... espero que te guste... ¡Felicidades, abuelo!

Eso lo fulminó. Era verdad, hoy era su cumpleaños. Pero ya casi ni se acordaba. Pablo sacó, cuidadosamente envuelto en una manta, un cachorrillo negro, medio dormido. Sebastián se quedó sin palabras.

Como ya se ha dicho, a Sebastián no le gustaban ni los niños ni los animales. Pero como había estado tantos años solo, ya no le importaba. Necesitaba compañía, y daba la casualidad de que parecía que los niños y los animales eran lo más adecuado para él, ahora que en el barrio ya nadie estaba dispuesto a soportar su supuesto mal genio.

Pablo, viendo que su abuelo no se movía, puso el cachorrillo negro en las rodillas de Sebastián. Éste se quedó tieso de repente. No sabía demasiado bien qué hacer. Pablo se dispuso a explicar de donde había sacado el perro:

-Es todo tuyo, abuelo. Quería comprártelo con mis ahorros pero el dueño de la tienda de animales me lo regaló. Me dijo que nadie lo quería porque era negro, gruñón y desconfiado.  Mordía a la gente y a sus hermanos. Pero se quedó solo y ahora no es tan malo. Acarícialo en el cuello. ¡Verás cómo le gusta!

Sebastián, algo más tranquilo, alargó la mano hacia el perrito. Éste gruñó desconfiado, pero no le mordió, y cuando Sebastián empezó a acariciarlo se puso a roncar y se volvió a dormir.

-No entiendo nada, Pablo. ¿Porqué me haces este regalo?

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(continuará...)

lunes, 12 de mayo de 2008

El color del cristal

¡Hola a todos!

Hoy os dejo con un poema cuyos últimos versos llevo tatuados en las neuronas prácticamente desde que nací. Esos versos que mi padre me metió en el cerebro desde que tuve edad para entender las palabras, y que con el tiempo y el entendimiento, se convirtieron en mi frase célebre favorita y sobretodo, en mi lema.

Espero que os guste.

HUMORADAS

Busqué la ciencia, y me enseñó el vacío.
Logré el amor, y conquisté el hastío.
¡Quién de su pecho desterrar pudiera,
la duda, nuestra eterna compañera!.
¿Qué es preciso tener en la existencia?
Fuerza en el alma y paz en la conciencia.
No tengáis duda alguna:
felicidad suprema no hay ninguna.
Aunque tú por modestia no lo creas,
las flores en tu sien parecen feas.
Te pintaré en un cantar
la rueda de la existencia:
Pecar, hacer penitencia
y, luego, vuelta a empezar.
En este mundo traidor,
nada es verdad, ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.

(Ramón de CAMPOAMOR)

¿Quien soy yo?

Mi foto
Estudiante de Filología a la que le gustaría ser novelista y que hace años se autonombraba "joven escritora" pero que ahora ve que lo de joven pasará pronto y lo de escritora aún no ha llegado. Para saber más, visitad "Mi página web". (Facebook)