Hija de la Luna

HIJA DE LA LUNA
Capítulo 1

Era una fría tarde de invierno; la calle poco a poco iba vaciándose; la luna observaba la ciudad desde la lejanía.
En un pequeño parque medio abandonado, situado en uno de los barrios menos bonitos de la ciudad, había sentada una niña de unos nueve o diez años. Tenía las manos sobre el regazo, la cabeza baja y la mirada perdida. Los negros y largos cabellos, sucios y sin vida, le caían con delicadeza sobre los hombros.
Al contrario que la gente de la calle, que iba con bufandas, guantes y gorros, la niña tan sólo llevaba sobre sí un vestido que le llegaba a las rodillas y una chaqueta vieja y rota.
Temblaba de frío. Estaba toda sucia, sobre todo la cara. Tenía una nariz pequeña y respingona y unos ojos grandes y verdes. Le faltaban algunos dientes en la boca, lo que daba a su sonrisa un aire de ratoncita.

Al mismo tiempo, no muy lejos de allí, en un callejón vacío y cerrado, apareció una mujer. Sus cabellos eran una brillante cortina de plata, su piel era blanca y sus ojos grises y profundos.
Llevaba un vestido, más bien un manto, largo y liso, de una tela que fluía como la seda y tenía el tacto del terciopelo. El vestido era, a simple vista, negro. Pero al moverse, unos suaves y diminutos destellos brillaban en él, como estrellas en la noche. Caminaba descalza, y con una suavidad que más parecía que flotara y no que caminara.
Salió a la calle principal. La gente iba y venía a toda prisa, y en cambio, ella se deslizaba con delicadeza y lentamente. Pero nadie chocaba con ella. Nadie se fijaba en ella.

Llegó al pequeño parque, y sin decir nada, se sentó en el viejo banco de hierro, al lado de la niña. La niña no reaccionó. Siguió con la mirada perdida, ni siquiera levantó los ojos para ver quién se había sentado a su lado.

- ¿Cómo estás?- preguntó la mujer con dulzura. Su voz era hermosa, pero sonaba como si hablase a través de un cristal, como si no estuviera allí, sino mucho más lejos.
- Tengo frío. –contestó la pequeña.- Pero me da igual.
Hubo un momento de silencio, y entonces la mujer dijo:
- Todo se acaba ya, ¿sabes? –Lo dijo con voz suave, pero sonó muy triste.
- No te vayas esta noche. No me dejes sola, por favor, Luna. –dijo la niña. Un temblor le recorrió la espalda , así que se arrimó a Luna. Puso la cabeza sobre su hombro, y Luna le cogió delicadamente la mano.
- No. –dijo- Hoy no me iré, Mona.
La niña cerró los ojos un instante, y cuando volvió a abrirlos una lágrima le recorría la mejilla.
- ¿Cómo empezó todo? ¿Lo recuerdas? –dijo Mona, con voz entrecortada- Quiero decir... Me gustaría que me lo explicaras.
- Nunca empezó en realidad. –respondió Luna- Siempre ha sido y siempre será.
Pasó una mano por los cabellos de Mona. Las puntas estaban perdiendo su color, y se volvían plateadas. También se borraban los trazos de suciedad que la niña tenía en la cara, y su piel adoptaba un color blanco. Cerró los ojos y de ellos cayó otra lágrima.
- Entonces, para pasar el rato, podemos recordar cómo nos conocimos y el resto... ¿Te apetece?
- Si a ti te apetece a mí también, bien lo sabes.
La niña sonrió tristemente y de sus ojos, que ahora eran de un color verde-gris, cayó otra lágrima.