miércoles, 2 de julio de 2008

Recuerdos de infancia (III)

Llegamos al meollo del asunto, y al Epílogo.

Espero que os haya gustado.

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Sebastián preparó una pequeña comida para el perrito, y puso unas mantas viejas en un rincón de la sala. Después de que el perrito comiera un poco, lo puso sobre las mantas y Hollín, que se sintió cómodo allí por el olor familiar, se durmió enseguida. A la mañana siguiente, Sebastián compró en la tienda de animales, un bonito collar y una correa, y hizo los trámites necesarios para ponerle el chip al perro.

Sebastián no era ni pobre ni rico. Eso sí, nunca gastaba más de lo estrictamente necesario, por eso había podido ir acumulando con los años una suma de dinero que le permitía vivir cómodamente, no como otras personas de su edad. Así pues, y haciendo una excepción en lo que al dinero respecta, con Hollín- pudo instalar muy bien al perro.Vació el pequeño cuarto contiguo al suyo que no utilizaba para nada en concreto y allí puso una pequeña cama para perros (eso sí, con las mantas en las que Hollín había dormido la primera noche, puesto que el perro ya se había familiarizado con ellas), el dispensador de comida automático, los juguetes, y una caja con arena especial.

Cuando Pablo vio todo esto el domingo, se quedó de piedra. Jugó un rato con Hollín, y después decidieron ir a pasar la tarde juntos al parque. Pablito estaba muy contento de que su abuelo fuera feliz. Pero ninguno de los dos sabía lo que se iban a encontrar. Los dos vieron claramente como Lucía y Dolores se dirigían hacia allí. Aun así, solo Pablo se dio cuenta, pues Sebastián no conocía a su hija, y a Dolores hacía mucho que no la había visto. Lucía parecía muy alarmada al ver que su hijo estaba con un desconocido:

-¡Pablo! ¿Que haces ahí? ¿Quién ese hombre? ¡Ven ahora mismo!

Sebastián comprendió un poco tarde lo que pasaba, pero ni Lucía ni Dolores se dieron cuenta. Así que Sebastián sacó fuerzas de donde pudo, y sujetando en una mano a Pablo y en la otra al perrito, dijo:

-Me arrebataron a mi hija. No voy a permitir que se me aleje también de mi nieto.

Dolores fue la primera en entender la situación y con calma dijo:

-Vaya, vaya. He aquí "Don Gruñón". Parece que no has cambiado, viejo malcarado.

Entonces, inesperadamente, Pablito se puso a gritar:

-¡Cállate, abuelita! ¡He hablado con mamá y me han contado la verdad! Tu querías al abuelito Sebastián y te dio mucha rabia que se casara con la abuelita Isabel. Y aunque dijeras que lo odiabas siempre lo has querido, ¿no es así? ¿Porqué, si no, habrías querido quedarte con mamá? ¡El abuelito Sebastián no es lo que tu dices! Mamá nunca te ha creído... ¿Nunca pensaste decirle al abuelo lo que sentías por él? ¿No hubiera sido más fácil?

Se produjo un sólido silencio. Nadie se esperaba aquello. Entonces, aturdida por la situación, Dolores cayó de rodillas y se puso a llorar. Sebastián pareció fundirse en un sentimiento tan confuso que no lo podía identificar. Primero había sentido rabia, después sorpresa y ahora... comprensión, y compasión. Se acerco a Dolores y le susurró algo al oído mientras la abrazaba para consolarla. Y Dolores, que en un primer momento había hecho caso omiso del abrazo, se lo devolvió de golpe y lloró ruidosamente sobre el hombro del viejo. Éste levantó la cabeza y mirando a Lucía con lágrimas en los ojos, pero con voz firme y sincera:

-¿Podrás perdonarme tú tambien, hija mía?

Pablito había cogido no se sabe de dónde a Hollín y se había pegado a las piernas de su madre. Cuando su padre le hizo aquella pregunta, Lucía no puedo hacer nada más que afirmar con la cabeza y unirse al emotivo abrazo familiar. Pablito, con la inocencia de la edad, los hizo reír a todos:

-¡Eh, ya basta de llorar, que  el niño soy yo!

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Sebastián se cambió de casa para. Él y Dolores se volvieron inseparables, de hecho, eran tan diferentes... que eran iguales. Lucía, que hacía ya tiempo que no vivía con Dolores, se trasladó a la casa al poco de morir su marido. Pablito y Sebastián educarón a Hollín, que resultó ser un perro magnífico, cariñoso y obediente. Cuando Pablito creció decidió probar suerte en los concursos caninos, y Hollín se cubrió de copas y medallas. Nadie volvió a llamar a Sebastián "Don Gruñón".

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Estudiante de Filología a la que le gustaría ser novelista y que hace años se autonombraba "joven escritora" pero que ahora ve que lo de joven pasará pronto y lo de escritora aún no ha llegado. Para saber más, visitad "Mi página web". (Facebook)