miércoles, 4 de junio de 2008

Recuerdos de infancia (II)

Sigo con el cuento. (Parece que el "continuará..." fue algo inoportuno; como los cortes para publicidad en las buenas películas, vaya... Jejeje.)

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El niño, que parecía que ya había previsto la pregunta, se lo explicó todo:

-La abuelita Dolores decía muchas cosas malas de ti. Mamá siempre estaba de acuerdo. Pero yo no. En el colegio nos han enseñado que si una persona tiene muy mal genio es porque no quiere mostrar cómo es en realidad. Entonces yo empecé a observarte de lejos. Comprendí que tú no eras como decía la abuelita Dolores. El dueño de la tienda de animales, que es veterinario también, y es muy amigo mío, me explicó la historia del cachorro y pensé que era el regalo perfecto para ti. Le expliqué tu historia y me dijo que te lo podía dar, no hacía falta que se lo pagara. -y le guiñó un ojo al abuelo.- También te he traído un libro sobre perros. -dijo sacando el libro de la chaqueta y abriéndolo por una página señalada.- Este perrito es un cachorro de terrier escocés. ¡Mira qué hocico tan gracioso tendrá cuando crezca! -se rió Pablo, mostrándole a su abuelo la página en la que había la foto.

-Vaya... -Sebastián apenas sabía qué decir.- Muchas gracias, Pablo... pero... yo no puedo...

Sebastián iba a decir que no podía aceptar el regalo, pero viendo a Pablo acariciar al cachorro las palabras murieron en su garganta.

-Y... ¿qué nombre tiene el perrito?

-¡Tú debes ponerle el nombre, abuelo! -respondió Pablo sorprendido, pues le parecía algo obvio.

-Oh, vaya... Yo no sé... ¡Ya está! Mira, como es negrito voy a llamarlo... ¡Hollín!

Pablo se rió con ganas, y esa risa infantil y sincera consiguió que el mismo Sebastián terminara por reír también, y de todo corazón.

-Bueno, abuelito. Me voy ya que se hace tarde. -dijo Pablo. Y después de un momento de duda, añadió:- ¿Puedo volver pasado mañana, abuelo?

-Vaya, ¡claro que sí, hombre! ¡Faltaría más!

Esto alegró sobremanera a Pablo, que se despidió con una sonrisa que dejaba al descubierto unos cuantos huecos en su dentadura y le daba un aire especialmente cómico:

-¿De veras, abuelo? ¿Sí? ¡Bien! Pues... bueno, entonces... ¡hasta el domingo!

Y cuando ya había abierto la puerta, se giró de pronto y volvió corriendo a la sala, lanzándose de repente sobre su abuelo en un abrazo cariñoso -¡Te quiero, abuelito!-, con lo que a Sebastián por poco no le da un ataque al corazón, y el perro por los pelos no muere aplastado.

-¡Eh, eh! ¡Ya vale, piltrafilla! Anda vete, que no me gustaría que por mi culpa te riñesen. Venga, venga...

Y cuando Pablito ya hubo cerrado la puerta tras de sí, Sebastián cogió a Hollín, lo levantó en alto un momento y luego, volviéndolo a dejar sobre sus rodillas y acariciándolo hasta que se durmiera, susurró con la vista perdida:

-Gracias...

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(continuará...)

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Estudiante de Filología a la que le gustaría ser novelista y que hace años se autonombraba "joven escritora" pero que ahora ve que lo de joven pasará pronto y lo de escritora aún no ha llegado. Para saber más, visitad "Mi página web". (Facebook)